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Santa Marta no puede seguir mirando de lejos el debate sobre el offshore. La ciudad debe asumir con responsabilidad todas las oportunidades que esta industria representa y entrar de lleno en la discusión nacional. Hoy, más que nunca, Santa Marta debe concebirse como la despensa energética de Colombia, no solo por su ubicación estratégica, si no por su capacidad de convertir la riqueza de nuestros mares en desarrollo sostenible para la región y para el país.
El descubrimiento de Sirius-2, un yacimiento de gas ubicado a solo 32 kilómetros de Santa Marta, marca un antes y un después para nuestra ciudad y para el Caribe colombiano. Estamos hablando de un proyecto que en los próximos años puede generar más de 2.500 empleos directos y cerca de 12.000 indirectos, además de una inversión cercana a 5,6 billones de pesos en compras y servicios que, si sabemos aprovechar, quedarán en el territorio y no en manos foráneas.
Pero lo más importante no son las cifras: es la oportunidad de que Santa Marta pase de ser vista únicamente como un destino turístico a convertirse en protagonista de la seguridad energética del país, construyendo un modelo de desarrollo donde la competitividad camine de la mano de la sostenibilidad y la inclusión social.
Santa Marta tiene ante sí la posibilidad de reconfigurar su papel en el mapa de Colombia. Pasar de ser reconocida solo como un destino turístico, con la riqueza natural de la Sierra Nevada y el Parque Tayrona como símbolos, a consolidarse también como un nodo energético estratégico.
La clave está en que esa transición no se quede en un discurso de coyuntura ni en titulares pasajeros, sino que se convierta en un proyecto colectivo, con acciones concretas que preparen a nuestras micro, pequeñas y medianas empresas para participar activamente en la cadena de valor del offshore. Logística, transporte, servicios de alimentación, mantenimiento, operación marítima: toda una red de posibilidades que debe estar integrada por actores locales. El desafío es garantizar que la riqueza no ‘pase de largo’ frente a nuestras playas, sino que penetre los barrios, los emprendimientos y los hogares samarios.
El reto es grande, pero contamos con ventajas diferenciales. Nuestra infraestructura portuaria, con más de quince años de experiencia en operaciones costa afuera, nos posiciona como un punto clave para el abastecimiento y la operación. Sin embargo, la infraestructura por sí sola no basta: necesitamos un tejido empresarial fortalecido, con estándares de calidad y certificaciones internacionales, que pueda responder a los requerimientos de compañías como Petrobras y Ecopetrol.
En ese sentido, la articulación con la Cámara de Comercio y la Agenda de Competitividad 2040 es esencial para garantizar que los contratos no se queden en cifras abstractas, sino que se traduzcan en oportunidades tangibles para Santa Marta y el Magdalena.
La academia juega un rol central en esta apuesta. La Universidad del Magdalena, la Universidad Distrital de Santa Marta, junto con el Sena y otros centros de formación, ya están dando pasos decisivos en la preparación del talento humano. Hablamos de programas en Ingeniería Eléctrica, Energías Renovables, Operación Marítima y Digitalización, pero también de iniciativas de vanguardia como la creación de un data center apoyado por Ecopetrol que incorpora inteligencia artificial para anticiparse a las demandas de la industria.
Esta articulación entre conocimiento y empresa no es opcional: es la única garantía de que nuestros jóvenes, en todos los niveles, encuentren empleo de calidad en el marco de esta transformación. Cada empleo directo en el offshore puede multiplicarse por tres o cuatro de manera indirecta, y ese efecto solo será positivo si tenemos un capital humano listo, diverso y competitivo.
El desarrollo energético no puede construirse de espaldas a la gente. En comunidades como Taganga, que han cargado con décadas de olvido y marginación, hoy se abre una oportunidad histórica de resignificación. Su participación en este proceso no puede limitarse a la consulta previa como un requisito formal, sino que debe convertirse en un ejercicio real de diálogo, respeto y corresponsabilidad. Si logramos que las comunidades vean en el offshore un camino para acceder a empleo, formación y bienestar, estaremos dando un paso gigantesco hacia la legitimidad social que requiere este modelo.
En este punto, la sostenibilidad se vuelve una condición irrenunciable. El offshore debe convivir con nuestra vocación turística y ambiental. Santa Marta no puede perder de vista que su mayor activo es la naturaleza, y que el turismo sostenible, lejos de ser un sector secundario, seguirá siendo un motor fundamental de nuestra economía. La verdadera competitividad de la ciudad se logrará si somos capaces de integrar hidrocarburos, energías limpias y ecoturismo sostenible en un mismo horizonte de desarrollo. En un mundo que, tras la pandemia, busca experiencias de lujo asociadas a la naturaleza, Santa Marta tiene la ventaja de ofrecerlo, siempre que el crecimiento energético no comprometa la integridad de nuestros ecosistemas ni la calidad de vida de nuestras comunidades.
La articulación multiactor es, entonces, el camino inevitable. Se requieren mesas locales de contenido regional que aseguren la participación de empresas samarias en los contratos, alianzas sólidas entre gobierno, academia y sector privado que fortalezcan la formación y la investigación aplicada, y procesos ambientales participativos que construyan confianza con comunidades étnicas, pescadores y organizaciones sociales. La gobernanza de este proceso no puede ser vertical ni centralista: debe ser colaborativa, inclusiva y transparente.
El mundo ya nos ofrece ejemplos. Brasil produce el 84 % de su gas y el 97 % de su petróleo desde el mar; Guyana pasó de producir mil barriles de petróleo por día en 2019 a más de 600 mil en 2024 gracias al offshore. Estas cifras muestran el potencial transformador de la industria, pero también nos advierten de la importancia de planificar con visión de largo plazo. Santa Marta tiene la oportunidad de seguir ese camino, pero no debe copiarlo: necesitamos construir un modelo propio, basado en inclusión social, sostenibilidad y justicia territorial.
Hoy más que nunca, Santa Marta no puede quedarse como espectadora. Sirius-2 no es solo un hallazgo geológico: es un llamado a pasar de la expectativa a la acción. A preparar nuestro tejido empresarial, a formar a nuestro talento humano, a incluir a nuestras comunidades, a garantizar la coexistencia entre la energía y el turismo, a demostrar que la competitividad no está reñida con la sostenibilidad.
La capital del Magdalena debe convertirse en la capital energética de Colombia, pero con un sello distintivo: ser una ciudad de oportunidades donde la riqueza no se concentre, sino que se distribuya; donde el desarrollo no excluya, sino que incluya; donde el futuro no se improvise, sino que se planifique con visión.
Santa Marta está en la discusión, y ahora le corresponde liderarla. El país necesita seguridad energética, y nuestra ciudad puede ofrecerla. Pero necesitamos hacerlo con inteligencia, con equilibrio y con audacia. Sirius-2 puede encender el gas que ilumine al Caribe, pero lo que realmente puede transformar nuestra historia es la decisión colectiva de convertirnos en protagonistas del futuro.
*Secretario de Desarrollo Económico y Competitividad de Santa Marta
Fuente: semana