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Europa entra al invierno de 2025 con un termómetro energético que vuelve a encender alarmas. Las reservas de gas rondan en 82%, la cifra más baja desde el inicio de la crisis energética derivada de la guerra en Ucrania. Aunque ya no depende como antes del gas ruso, su nueva apuesta por suministros de Estados Unidos y Qatar abre vulnerabilidades distintas, precios más volátiles y rutas marítimas expuestas a tensiones geopolíticas.
En este contexto, Bruselas acaba de aprobar una medida clave, la prórroga por dos años de las reglas que obligan a los Estados miembros a llenar sus reservas de gas, junto con una flexibilización en los plazos para hacerlo. La novedad, aprobada este verano, permite alcanzar el objetivo de 90% en una ventana más amplia, del 1 de octubre al 1 de diciembre y admite desviaciones de hasta diez puntos en caso de turbulencias de mercado. Es un matiz técnico, sí, pero que revela algo más profundo, la UE reconoce que los calendarios rígidos estaban encareciendo artificialmente el gas y alimentando picos especulativos.
A la presión estacional se suma un escenario político convulso. El reciente impulso en los precios mayoristas, provocado por las tensiones en Oriente Medio y por interrupciones temporales en varias plantas de Gas Natural Licuado (GNL), ha devuelto la volatilidad a los mercados energéticos. Mientras tanto, varios países europeos debaten retomar, aunque sea parcialmente, la energía nuclear como estabilizador del sistema eléctrico.
Francia impulsa nuevos reactores modulares, Alemania reabre la discusión sobre sus cierres y España revisa el calendario de su propio apagón nuclear. Todo ello ocurre mientras las renovables baten récords pero con problemas de almacenamiento y de capacidad en la red.
La decisión de Bruselas llega, además, en un momento en el que Europa intenta cuadrar un círculo complejo. Por un lado, sus ciudadanos lidian con facturas crecientes, que afectan con especial dureza a hogares vulnerables y pequeñas empresas. Por otro lado, la UE quiere sostener las sanciones a Rusia sin comprometer la seguridad energética interna.
A ello se suma el desafío de acelerar la transición verde bajo el paraguas de REPowerEU, que busca reforzar las renovables, mejorar la eficiencia y reducir la dependencia de combustibles fósiles importados.
Pero hay una dimensión aún más estructural, la autonomía estratégica. La discusión energética ya no se limita al precio del gas o a la capacidad de almacenamiento, sino que está cada vez más ligada a la defensa, la infraestructura crítica y el debate sobre un continente que quiere tomar decisiones sin quedar atrapado entre potencias externas. Energía y geopolítica avanzan hoy de la mano.
Este invierno, Europa encara algo más que temperaturas bajas. Enfrenta la pregunta de si su arquitectura energética, más diversificada, flexible y verde, será suficiente para garantizar no sólo calor y electricidad, sino también independencia, estabilidad y capacidad de influencia en un mundo incierto. Si falla, cualquier ola de frío será un recordatorio incómodo de su fragilidad. Si acierta, podrá emerger más fuerte, una Europa que no sólo soporta el invierno, sino que aprende a dominarlo.
POR MÓNICA LABORDA
Fuente: msn








