El corte del gas ruso desencadenó una crisis energética en Europa, con precios récord.
Un informe revela que la competencia por el gas, el litio y las tierras raras redefine el mapa del poder mundial. Cortes, sanciones y restricciones comerciales vuelven a convertir la energía en un instrumento de presión política.
Los episodios recientes de cortes, bloqueos y restricciones energéticas volvieron a colocar a la energía en el centro de la disputa por el poder global. Desde el corte de gas ruso a Europa en 2022 hasta los límites impuestos por China a la exportación de minerales críticos, el sector se convirtió nuevamente en un campo de tensión que compromete la estabilidad económica y la seguridad internacional.
Según publicó Reuters, durante décadas, la energía fue utilizada como un instrumento de influencia o coerción. El embargo petrolero árabe de 1973, las guerras del Golfo o las disputas por oleoductos en Eurasia fueron ejemplos de cómo el control del suministro podía alterar el equilibrio mundial.
Sin embargo, la creciente confianza en los mercados globales y la expansión de nuevas tecnologías habían generado una aparente sensación de estabilidad que hoy vuelve a desmoronarse.
La Agencia Internacional de Energía (AIE) advierte que la concentración de recursos y el resurgimiento de políticas proteccionistas incrementan el riesgo de disrupciones. Rusia controla gran parte de las exportaciones de gas hacia Europa, mientras que China domina el refinado de más del 70% de los minerales críticos del planeta, esenciales para baterías, semiconductores y tecnologías renovables. Este desequilibrio, según analistas, expone a las economías occidentales a una dependencia que podría traducirse en crisis recurrentes.
“Los minerales estratégicos son el nuevo petróleo del siglo XXI”, señala el informe de de la AIE, al destacar que la transición hacia energías limpias —si bien reduce la exposición a los combustibles fósiles— crea nuevas vulnerabilidades vinculadas al acceso a litio, cobalto, cobre y tierras raras.
La invasión rusa de Ucrania en 2022 marcó un punto de inflexión. El corte abrupto del gas ruso desencadenó una crisis energética en Europa, con precios récord y políticas de emergencia.
En paralelo, las restricciones de China a la exportación de materiales para baterías y chips afectaron a las principales economías industriales, demostrando que la competencia por los recursos puede ser tan intensa como la carrera por la descarbonización.
En este nuevo escenario, la energía vuelve a funcionar como un instrumento de poder, con sanciones, subsidios y medidas comerciales que reconfiguran el mapa global. Estados Unidos, la Unión Europea y Japón impulsan estrategias para diversificar proveedores, invertir en minería local y crear alianzas tecnológicas que reduzcan su dependencia.
No obstante, esta respuesta no está exenta de costos. La construcción de infraestructura resiliente, el desarrollo de fuentes seguras y la ampliación de reservas estratégicas implican inversiones millonarias y una mayor intervención estatal.
Algunos expertos advierten- según Reuters- que el impulso por asegurar el suministro podría incluso ralentizar la transición energética si no se coordinan políticas globales más integradas.
En sentido contrario, otros analistas sostienen que la crisis puede actuar como un catalizador: la búsqueda de independencia energética podría acelerar la adopción de renovables y el desarrollo de cadenas de suministro más diversificadas.
El desafío, según Foreign Affairs, la revista estadounidense de política internacional y relaciones exteriores, será encontrar un equilibrio entre seguridad y sostenibilidad. En un mundo donde los recursos energéticos son nuevamente un factor de poder, la cooperación internacional aparece como la única vía capaz de evitar que la transición energética derive en un nuevo ciclo de inestabilidad global.
Fuente: Mejorenergia








